Una moneda de centavos recogida del piso, de al lado de una de
las patas de la cama, vuelve al mismo exacto sitio tres veces al caer otras
tantas, y allí permanece.
Un rayo de sol incide en el vidrio azul y enciende dentro de
la botella polvorienta, la atmósfera celeste y brumosa de un jardín de cuentos.
La amante que lamenta la caducidad del plazo pactado; la amante que irradia por el amante
conseguido. El amante que pronto regresará al redil; el amante que acaba de
inaugurarse como amante. La mujer que espera pacientemente; la mujer que abrió
la puerta a su pesar.
Todos, todas, podrían vivir dentro de ese nebuloso jardín de
la botella. Todos y cada uno, allí, con el otro elegido y en un lugar propio como
el de la moneda de centavos. Todos
felices, si alguien reacomodara las piezas según cada circunstancia.
Sin embargo, nadie cambiará las reglas del juego: lo sórdido
seguirá siendo sórdido y lo fuera de centro, pervertido como los huesos
dislocados.
Alguien será feliz, otro sufrirá, alguno obtendrá los goces
y la gracia.
Antes o después, la botella acabará por caer del estante y
romperse, y la moneda, arrebatada de su
sitio, será dada en un vuelto.
Imagen tomada de la red