domingo, 20 de mayo de 2012

Hacedor de cielos

                                            La Nebulosa Gum

Piel y pelambre destellan rojos sobre un negro insondable. Los cascos van mancillando  la trama, la capa remolinea entre espirales y columnas congeladas; grumos de violeta invisible se derraman, vientos quietos enlazan el azaroso bordado. El jinete sin tiempo viene del lugar donde la luz se curva, allí donde quedó la mole tachonada de impactos. No hay mapa de sus yerros: sus disparos han sido tan certeros que la soberbia se repliega ante lo fácil. Rienda y arma, humildes, honraron su maestría.
El artífice ha conjurado la obra y solo falta recoger el grito. Entonces, desde el anca tensa el arco y vuela la última zaeta, la que inicia el juego.




viernes, 11 de mayo de 2012

Ser mori




Vivo desde hace días en casa ajena. Mi madre está aquí  también y no sé por qué. 
Los de la casa son muchos. Por ciertos rasgos, matices del pelo o  modos del habla parecen pertenecer a un clan.  Las mujeres, dignas señoras, saben dar órdenes y calmar;  tratan con deferencia a las visitas como yo y son aficionadas a las labores. Las niñas y las muchachas  atienden juegos y tareas.
Los hombres, sin embargo, no me inspiran confianza: tras aparente mansedumbre intercambian miradas y sonrisas cómplices; los he visto. Pasan las noches fuera;  oí que trasladan gente al otro lado por el río y cobran el servicio.  Deben hacer bien su trabajo  porque se ufanan de no haber perdido nunca a nadie en esas aguas.

Ahora sos mori, dice la niña con la que comparto cama. Es la segunda vez que me lo dicen y sigo sin entender. Lo único que sé es que me besó  su hermano, un joven de piel oscura  y pelo brillante. Un tramposo. Su madre me dio un tapiz para que destrame el tejido: una tradición del lugar, según dijo. Impartió instrucciones y las cumplí  correcta pero lentamente.  Debía entregarle los ovillos en mano y esperar un beso de bienvenida, pero cuando terminé ella no estaba y no supe qué hacer.  Fue un momento incómodo con todos mirando ahí.  
— ¿Querés dármelos a mí? —preguntó el hijo, ante la expectativa de los otros. Supuse que sería lo mismo: se los di y ofrecí  mi mejilla. Los labios del oscuro me apretaron la boca, su lengua caliente encontró la mía.
—Ahora sos mori —dijo sonriente.  Se escucharon  risas y alguna voz de desencanto.

— ¿Te besó mi hermano? —preguntó después la chica.  
Asentí.
—Se terminó —dijo con resignación—.Ya no te respetarán. Tarde o temprano te  llevarán al otro lado.
— ¡No sabía! —protesté—. No pertenezco a este lugar.
—Sin embargo estás acá, con nosotros -me miró con ojos de aflicción-. Y en algún momento te llevarán al otro lado.
Entonces repitió lo mismo que dijo su hermano y se fue antes de que pudiera preguntarle más.  
Mi madre, que había estado escuchando se restregaba las manos, murmuró algo sobre un dinero que no tenía.
— ¡¿Pero qué quiere decir mori?! —le grité. 
—Debés repetirlo cien veces y te darás cuenta —habló.
Aún no lo hago:  primero necesito entender  por qué ella está aquí, conmigo.

Imagen tomada de la red 
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