Regreso a la espesura donde vivió mi padre. La casa entre el
verde. El arroyo con arena en la orilla. Él no está, pero he encontrado un hato
de cartas. Papeles desvaídos sujetos con una goma negra. Huelen a barro, a raíz
tierna, a moho. No puedo leer a quién
están dirigidas, las letras azul pálido danzan. Me pongo los anteojos.
—No leas. No son tuyas —dice la gata.
—Cómo no, si estaban enterradas en el jardín bajo la ventana.
Tengo derecho…
—Las escribió para él mismo —insiste—. Te harán daño.
…
La gata mueve apenas la punta de la cola; comprende mi
tribulación: él también usaba las palabras como navajas.
—Lo que es para vos lo escribió en libros: márgenes,
solapas, últimas páginas —indica.
— ¿Y a vos qué te dejó? —pregunto.
—Estoy en varios cuentos
—se ufana—. Mucho más que la liebre y la comadreja. Se levanta, arquea
el lomo estirándose y se va.
Yo también me retiro, no sin antes guardar los papeles. Los
leeré más adelante, y le daré la razón.
Imagen tomada de la red
Imagen tomada de la red