jueves, 30 de septiembre de 2010

Favor


Si el zapato no se hubiera deslizado debajo de la cama, Antonia no hubiese visto el envoltorio en tela  negra bajo la quinta pata. Adentro, recortados cuidadosamente,  torso y cabeza de su marido con la cara borracha del último cumpleaños. A la altura del primer botón prendido de la camisa, un agujerito de lado a lado, prolijo, con el borde pintado de rojo.
Antonia buscó a su madre y a la tía Ulda; las encontró en la cocina calentando agua para el café, riendo por lo bajo. Se sorprendieron al verle foto y trapo en la mano, pero ninguna  apartó la vista, al contrario. 
Entonces, Antonia les dio las gracias y, con disimulada satisfacción, retornó al comedor, donde velaban al cónyuge muerto de un infarto.



Mini premiada en La Marina en junio 2009  Jurado: Orlando Van Bredan . Argentina.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Lepisma saccharina superbum



Tras el disparo, el aire en el túnel se llenó de electricidad y humo. Por unos instantes, la enorme criatura convulsionó violentamente haciendo temblar el aparejo, antes de quedar quieta colgada en la trampa. Así y todo, por precaución, el hombre le seccionó los apéndices del último segmento; luego, la abrió en canal. Los estómagos se vaciaron con un crujido maloliente y entre la inmundicia  vislumbró lo valioso: libros aún sin digerir. Contento, los guardó cuidadosamente.
Entonces,  pensando en la simpleza de su oficio en el pasado, el restaurador destazó al mutante pescadito de plata.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Insomne



De tanto en tanto sucede que, involuntariamente, despierto a la gárgola de Saint Gervais: varios pestañeos  y suspiros coordinados, y ya está ella abriendo los ojitos y desplegando alas. Se anima en la noche  y emprende vuelo sobre la Rue des Barres  hacia mi tejado. Para ese entonces, y aún ignorante de su osadía, yazgo en mi cama intentando dormir.
Torpe, desprolija -entumecida quizá-, la delatan sus pezuñas en las tejas cuando llega.   Irremediablemente insomne,  oigo sus  pasos arriba, mientras  elige el lugar donde sentarse;  pretenciosa en más de un sentido (se horroriza de las canaletas simples),  escoge sólo las molduras que dibujan encajes en la piedra.
Yo, que hace tiempo me prometí mudarme a un barrio sin iglesias, de improviso, recuerdo  que son mis juramentos vanos  los que la convocan.  Y la  percibo paciente, con las orejas ansiosas por escuchar culpas.  Entonces sonrío bajo la sábana y comienzo a recitar mis faltas.  Invento pecados y pesares, prometo comenzar a cumplir  mis promesas so pena de suplicio.  Sé que eso la contenta porque al rato se ha marchado. 
Finalmente vuelvo a  intentar dormirme,  sin saber qué hacer con el rosario que me dio por  penitencia, y decidida a salir a buscar nueva habitación por la mañana.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Inadvertida


La arenga  le penetra en los oídos, apura su corazón, insufla  arrojo a la mente y una descomunal  fuerza a  las extremidades.
Lamentablemente, su hipersensibilidad intestinal  la expulsa  fuera del sistema justo en el campo de batalla.

martes, 14 de septiembre de 2010

CRISIS


— ¿Qué pasa que no respondes?

—Pasa… ¡que alguien tiene que frenar esto!

—Pero, ¿por qué?

—Porque serás el hazmerreír… ¡No lo creerá ni tu abuelita!

— ¿Te parece?

— ¡Hombre! ¡Por supuesto!

—Sin embargo, la chica está entusiasmada…
— ¡Ja! ¡Así lo ves vos!... ¡Y así te va! Oíme bien: la ropa, la música, los libros, ¡los comentarios!… ¡Todo es inadecuado! ¡Con tanta pavada es imposible conquistar a esa mujer!

— ¡¿Y qué hago?!

— ¡Por favor, deja de escribirme a tu imagen y semejanza!


Mini ganadora en la Marina mayo 2009- Juez: Naná Rodriguez Romero

viernes, 10 de septiembre de 2010

LA ESFERA


Descalzo, se para con las piernas abiertas en la habitación en penumbras; estira la nuca, flexiona las rodillas y repliega el vientre. Permanece así, con los brazos sin tensión a los costados, el aire entrando y saliendo imperceptiblemente por la nariz, la vista fija en la pared blanca. Después de unos segundos corrige la postura y ya cómodo, cierra los ojos.

Escudriñando en la oscuridad, observa un punto brillante acercándose despacio; viene desde lejos, desde la profundidad que su mente ha creado. Al detenerse, el punto ya no es punto, sino una pequeña bola resplandeciente. Moviéndose apenas, rodea con las manos la esfera imaginaria: siente calor en las palmas. Poco a poco, la esfera aumenta su tamaño y él extiende manos y brazos y el calor le llega a todo el cuerpo. Cuando la esfera es tan grande como él, y aún más, la eleva por encima de la cabeza y la sostiene en lo alto, liviana. Después, como si vistiese una túnica se desliza dentro de ella, en busca de la serenidad. Allí, en esa esfera imaginaria, siente la placidez de cuando se disfruta de una alegría secreta, allí su cuerpo paladea la certeza de estar en consonancia con el universo.

Esta vez al entrar, curiosamente, por primera vez la intensidad de la luz le ha parecido distinta, apenas un destello instantáneo en la penumbra de sus párpados cerrados, y sin saber por qué piensa en la esfera como algo orgánico. Sonríe. Le agrada la idea de que la persistencia en la práctica incremente su percepción, precisamente para eso sirve el ejercicio que perfecciona desde hace tanto tiempo.

Sin abrir los ojos inicia con sus manos el recorrido interior, palpa la concavidad con movimientos largos y tranquilos. Su cuerpo, sinuoso mimbre, se despliega, se estira de un lado a otro. Es entonces cuando sus pulpejos detectan leves, mínimas rugosidades que nunca antes ha notado. Está seguro de lo que siente, por eso, la novedad altera su ritmo. Leve distracción, pero, el ejercicio no se interrumpe. Más que nunca hoy, ahora, se le han disparado los pensamientos y las sensaciones. Se pregunta si acaso sus sentidos están desbocados. Una oscuridad muy negra lo envuelve durante segundos, luego se aclara. Sin completar un giro eleva apenas las rodillas e, insólitamente, y sin querer, se imagina flotando; incluso, un suave tirón en la cintura –como si hubiese un tope- le da la sensación de rebotar con un vaivén lento. Jamás lo ha experimentado antes y se excita, un cosquilleo tibio recorriéndole la espina dorsal, el estómago y el bajo vientre.

No tiene dudas, ahora, de que ha llegado a un nivel superior de su disciplina, una evolución que le permite otro conocimiento de la esfera sin que su voluntad intervenga. Se siente satisfecho y turbado al mismo tiempo, aunque también con cierto resquemor, pero no el suficiente como para detenerse. Sería insensato, imperdonable, desaprovechar la aventura interior que está viviendo, cerrar esa puerta que persistentemente ha buscado abrir todos estos años.

Da media vuelta y otra vez un relámpago atraviesa sus párpados. Estirándose con placer, como un gato, extiende brazos y manos hacia la luz fugaz. Percibe a través de las puntas de sus dedos una extensión alisada, tan pulida como tibia y húmeda. La impresión casi le hace mirar, pero controla el impulso -si abre los ojos, el ejercicio se termina-, aún así, la excitación lo deja vibrando, como electrizado. La intuición lo guía, le indica la secuencia de movimientos azarosos: encoge las rodillas, se deja caer y desliza los dedos por la parte inferior de la esfera: sus rodillas palanquean en un arco amplio. Palpa más rugosidades. Sonríe al recordar que de esto se trata: polaridades, los opuestos complementarios. Su mente se embebe del conocimiento de la esfera y agradece haber llegado a este punto, donde desde su interior surgen las certezas, las pautas.

De repente se siente abrumado, cansado. La intensidad inusual de la práctica lo afecta, sin dudas, y debe concluirla, ya que esta solo. No hay nadie para guiarlo.

Disfrutando aún de la sensación de ingravidez, de liviandad en su cuerpo, de la plenitud que lo entibia por dentro, de un orgullo creciente, comienza a invertir la secuencia del comienzo. Para liberarse, imagina sus manos rozando la fina tela interior de la esfera. Toma el aire despacio y espera unos segundos para exhalarlo, buscando normalizar su respiración. Se siente radiante, como embriagado, y perdura la sensación de flotar. Lo intenta nuevamente, limpia su mente de imágenes, se concentra en desandar el camino: extiende ambas manos para liberarse de la esfera, para empequeñecerla y transformarla otra vez en una bola brillante pero, una mano toca la superficie rugosa. Es tan real la sensación que se marea. La desorientación instala el temor de no controlar el ejercicio. Quiere terminar ya porque está agotado, le falta el aire. Abre los ojos. En realidad le ha parecido, pero no, porque aún percibe la esfera en penumbras. Permanece inmóvil intentando controlar la respiración y sus pensamientos. Para eso sirve la práctica, piensa aunque su corazón lata acelerado. Entonces, abre los ojos. Una estructura viscosa y curva le provoca una náusea profunda. Las paredes blancas, el piso entablonado han desaparecido. Tambalea, no tiene conciencia de soporte bajo sus pies. Con el corazón en estampida gira hacia la luz, hacia un ventanal redondo y convexo. Su razón desborda. Alucina, tiene que estar alucinando, algo ha de haberle sucedido porque está alucinando, pero al mismo tiempo sabe que si así fuera no tendría ese pensamiento. Por segundos regresa la oscuridad y él desea con todas sus fuerzas que las percepciones se acaben. Siente un tirón en la cintura al regresar la claridad. ¡Sigue en aquella repulsiva habitación! Una opresión le ahoga el grito. Su corazón palpita al ritmo de la pared circular. Desfallece. Con desesperación, pesadamente, se desplaza sobre la superficie viscosa para encontrar el vano de una puerta pero sólo renueva la náusea. Golpea contra la ventana. El vidrio –un vidrio húmedo- le impresiona mucho más grueso y sujeto con riendas viscosas firmemente adosadas. Distingue a través del mismo un ancho borde circular, al otro lado, como un moteado que circunda un halo, una abertura luminosa. Martilla su mente la certeza de conocer la estructura, pero la desesperación le impide recordarlo.

De improviso, el receptáculo viscoso se sacude, la habitación palpitante se agranda. El aire se ha tornado liviano, pegajoso, como si se adhiriera a las membranas de su nariz y allí permaneciera, sin entrar a sus pulmones. Apenas logra moverse cuando otro tirón lo desplaza violentamente hacia un costado. Con pavor palpa en su cintura una excrecencia, un cordón de su propia carne que lo une al techo curvo. En ese momento un haz de luz -relámpago vertiginoso- ilumina la habitación; en medio de un temblor, el círculo, al otro lado del cristal, se cierra y abre como un diafragma. Entonces, en un último instante de lucidez, su cerebro recuerda. Da un alarido y su boca se llena de líquido espeso. Boquea, se ahoga. Se retuerce. Se pliega. Se deshila. Intenta golpear contra el vidrio, pero ya no tiene brazos ni piernas sino colgajos sin forma; pronto, tampoco torso ni cabeza, solamente la conciencia de ser sólo un resto de tejido insignificante flotando en el humor vítreo: lo que vulgarmente se conoce como mosca.

martes, 7 de septiembre de 2010

Acerca de la escritura

No sé a ustedes, pero a mí me interesa todo lo relativo al proceso de la escritura, ese acto de introspección profunda a partir del cual nacen mundos. Por eso, cuando alguien se ha tomado el trabajo de desmenuzarlo mínimamente y ofrece su versión, pues me la devoro. Y me gusta encontrar espejos, descubrir en el otro lo que me pasa a mí. En fin, comprobar que lo que presumo locura no es de exclusividad propia sino, al menos, locura compartida. Cuando eso pasa, además queda la sensación placentera de que se va por buen camino, hacia donde sea…

En “Un arte espectral” Mailer reflexiona sobre la escritura, marca los pro y los contra del oficio de escritor. Muchos lo consideran un testamento literario, ya que lo escribió a los ochenta, cuatro años antes de morir en 2007.

Norman Mailer nació en Nueva Jersey en 1923. Estudió ingeniería en Harvard, tomó cursos de escritura creativa y decidió que quería ser escritor. Apenas graduado fue convocado a servir en el Pacífico durante la Segunda Guerra. Cuando regresó escribió “Los desnudos y los muertos”, la novela de guerra que le valió la fama y el reconocimiento. Tenía veinticinco años.

Transcribo aquí algunos párrafos donde reflexiona sobre el estilo.

“Podría adelantarles que el estilo les llega a los autores jóvenes más o menos en la época en que reconocen que la vida también está dispuesta a herirlos. Hay algo allá afuera que no es necesariamente engañoso. Eso explicaría por qué autores que estuvieron enfermos en la infancia casi siempre llegan temprano en su carrera como estilistas desarrollados: Proust, Capote y Alberto Moravia son tres ejemplos; Gide ofrece otro. Esta noción explicaría, por cierto, el desarrollo temprano y completo del estilo de Hemingway. Tuvo, antes de cumplir los veinte, la sensación inconfundible de estar herido, tan cerca de la muerte que sintió que su alma se deslizaba fuera de él y después volvía.

El joven autor promedio no está así de enfermo en la infancia ni es tan duramente golpeado por la vida temprana. Sus pequeñas muertes sociales son equilibradas a veces por sus pequeñas conquistas sociales. Así que escribe en el estilo de otros mientras busca el propio, y tiende a buscar palabras más que ritmos. En su apuro por dominar el mundo (raro es el escritor joven que no sea un pendejo consumado), también tiende a elegir sus palabras por su precisión, su capacidad de definir, su acción acrobática. A menudo su estilo cambia de escena a escena, de párrafo a párrafo. Puede conocer un poco acerca de crear atmósferas, pero la esencia de la buena escritura es que instala una atmósfera tan intensa como la de una obra teatral y después la altera, la amplía, la conduce hacia otra atmósfera. Cada frase, precisa o imprecisa, jactanciosa o modesta, cuida no meter un dedo hiperactivo a través del tejido de la atmósfera. Tampoco las frases se vuelven tan vacías de cualidad personal como para que la prosa se hunda en el suelo de la página. Es un logro que llega por haber pensado en la vida de uno hasta el punto en que uno la está viviendo. Todo lo que pasa parece capaz de ofrecer su propia suma al autoconocimiento. Uno ha llegado a una filosofía personal o ha alcanzado incluso esa rara meseta donde está atado a su propia filosofía. En esa coyuntura, todo lo que uno escribe proviene de la atmósfera fundamental propia.”

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