La valva se desliza lentamente hacia delante y atrás por el dorso de sus dedos y ella se asombra por conservar, todavía, la flexibilidad. No sabe por qué se ha puesto a jugar precisamente en aquel momento. Será porque no ha hecho un llamador en mucho tiempo y necesita el prólogo: una aproximación a los elementos, al diseño.
El lugar donde lo colgará es muy ventoso: sonará día y noche. Extraña esa música.
Recuerda la vez que su madre le enseñó a hacer un nuevo cordel.
“Hagamos una trenza con dos hilos”.
“No es posible. Las trenzas se hacen con tres, se va a desarmar”
No sólo existía una trenza de dos hilos, sino que no se desarmaba. Un cordel prieto, retorcido, ideal para las tapas pesadas, cóncavas y rugosas de las ostras. Siete trenzas largas para cinco líneas de valvas, hicieron. Una escultura de sonido grave y movimiento aletargado.
El que tiene en mente ahora es uno pequeño, liviano. Valvas silíceas redondas, como la que tiene en la mano. De las que tintinean como campanitas y abundan en esa playa. Hilos: sólo tres, simples. Que dure lo que dure. Las trenzas de dos hebras se hacen de a dos, igual que los llamadores grandes.
Imagen tomada de la red
Imagen tomada de la red
Me dio ternura. ¿O nostalgia?
ResponderEliminarQuizas ambas.
Beso
Sí, como dice el comentarista anterior, nostalgia y ternura, pero hay más: la excelencia con la que lográs incluir en el texto (y tan corto!) palabras precisas que obviamente conocés por tu profesión, y que no molesten, que no quiten emoción al cuento.
ResponderEliminarBravísimo!!!
¡Qué precioso llamador construido con palabras deliciosas!
ResponderEliminarMe encantó.
Besos luneros.
hay mucha poesia en tu relato
ResponderEliminarTiene razón Alejandro, es auténtica prosa poética. Ya el sugerente título lo anuncia, y esa estructura del texto, como en vaivén, como si surgiera de la propia música del llamador crea una atmósfera muy sugerente. Hermoso y, como tú dices, inclasificable.
ResponderEliminarUn abrazo.
Un texto muy confortable, fácil de habitar. Me pareció estar leyéndolo en una novela de las que me gustan.
ResponderEliminarAbrazos fuertes,
PABLO GONZ
Existe la idea extendida de que los textos cortos deben ganar sí o sí por nocaut: yo no creo que siempre deba ser así, hay otros caminos. Una narración breve también, como un cuento largo o una novela, puede ganar por puntos ―con belleza, ritmo del lenguaje, sutil entramado de la historia―, sin golpe final, como en el presente caso.
ResponderEliminarTal vez un sentimiento tan indefinible como el texto mismo. Gracias, Ignacio.
ResponderEliminarLola: Me alegra que te gustara este llamador. Los reales suelen ser muy lindos, en verdad. Muchas gracias por tus palabras.
Gracias Ale y quién sino vos para hablar de poesía.
Elisa, Pablo, Gabriel, estoy aprendiendo a soltar este tipo de escritos -no sin esfuerzo, eh?-, que nacen sin propósito definido, como pensamiento o proyecto que no cuaja, o por el mero placer de plasmar imágenes con palabras. Pero que igualmente han sido trabajos con esmero. Así son mis indefinibles por ahora; tal vez más adelante sigan otro camino.
Muchas gracias por dejar su comentario.
Abrazos a repartir, como dice Lola.
Este relato me dio ganas de armar un llamador, así, tal cual lo describís. Puedo sentir el sonido del viento. Te felicito!
ResponderEliminarSaludos!
Pequeño o grande, el llamador es bello. Se nota que lo has construido con amor.
ResponderEliminarBeso, Mónica
me encantó leerte, paso por primera vez....si gustas intercambiamos enlaces...
ResponderEliminarAnimáte, Claudia. Vale la pena. Agradecida por tu visita.
ResponderEliminarTorcuato, muchas gracias por tus palabras.
Geraldine, bienvenida al blog. Muchas gracias por hacerme conocer tu opinión. Visitaré tu lugar, por supuesto.
Abrazos a los tres.