sábado, 28 de agosto de 2010

POR LAS DUDAS

En varias ocasiones, camino al trabajo, saludé a una viejita achacosa en una casa del barrio. Coincidí con la dueña –una mujer algo afectada- en la cola del súper.

— Vi a su mamá —le dije.

— Qué raro…, si nunca sale de Montevideo —comentó extrañada.

— ¡Ah…perdón! —exclamé, sintiéndome una entrometida—. Como la señora estaba en su jardín…

— No sé —murmuró intrigante— ¿En mi jardín? ¿Y qué hacía?

— Se entretenía con las plantas.

— ¡Con razón aparecen las flores descabezadas! ¡Una pena, mire! Supuse que era un ácaro. Pero, oiga —se llevó una mano al pecho— ¿era muy vieja, la mujer?

Sí, y flaquita también. A veces está sentada.

— ¿Cómo? ¿La vio más de una vez?

— Sí, sí…

Puso los ojos en blanco y los cerró por segundos.

— Hágame un favor ¿quiere? —un hilito, su voz— La próxima, pregúntele su nombre. Si se llama Cata ¡es ella!

— ¿Quién?

— ¡Mi suegra!

— ¿Por qué no se lo pregunta usted?

— Si la viera, lo haría.

— ¿No la ve?

— Sólo en la foto de la lápida, querida.

Eventualmente, la vieja me sigue saludando. Pero yo no pregunto.

3 comentarios:

  1. Otra vez gracias, y van... Ya tengo la teoría un excelente ejemplo.
    Que pases un domingo excelente.

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  2. Muchas gracias, Patricia, leer mis cuentos.

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  3. Ahora caigo en cuentas que éste debe ser el primer texto tuyo que leí aunque no sabía que lo era. Lo recuerdo porque comenzaba a participar en Ficticia y lo voté para la porra :)

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