lunes, 21 de marzo de 2011

Pequeños cocodrilos





                                                                                                   Para Ober, in memorian
                                                                            
Un gatito maullaba lastimosamente en el patio trasero entre la casa y el arroyo. Como el maullido parecía provenir debajo tierra,  pensamos que estaría atascado en algún lugar y lo empezamos a buscar. Desarmamos una pila de leña; movimos las chapas para contención en las crecidas; nos asomamos al viejo pozo seco; recorrimos la franja entre los tamariscos de la orilla y los álamos donde el pasto estaba alto. Nada. El gato no estaba en ningún lado. Para ese entonces había llegado la madre: la Nena, como la llamábamos. Estaba flaquísima –tantos hijos la iban consumiendo poco a poco- , le colgaban las mamas, y como había comido en abundancia  -lo hacía cada vez que íbamos- , parecía preñada otra vez.  La gata escuchaba el maullido ya que orientaba las orejas en el preciso momento, pero no se mostraba inquieta, al menos nos daba esa impresión. “Buscá al gatito, che”, ordenaste cariñosamente, pero La Nena siguió lavándose y relamiéndose satisfecha por el hígado de vaca que le habíamos dado un rato antes.
A pesar de su tranquilidad,  a mí se me estrujaba el corazón. No tendríamos mucho tiempo más para buscarlo porque pronto se ocultaría el sol y deberíamos regresar a la ciudad.
“Me voy a meter en el arroyo antes de que se vaya la luz,”dijiste. “Tal vez esté atorado en alguna rama o pozo que no podemos ver desde acá”.Y fuiste hasta el muelle de madera, te sacaste zapatos y medias, arremangaste los pantalones a la rodilla y bajaste a inspeccionar la orilla desde el agua. Por arriba, entre tamariscos y álamos, yo te seguía con la esperanza de ver salir al gato desde esa espesura de troncos y ramas, para reunirse con los otros cuatro, el resto de la camada, que estaban escondidos bajo el nicho de la bomba de agua. Ya habíamos empezado a traerles leche con pan, pero ellos, ariscos, no comían sino hasta que nos íbamos. A mí me gustaba verlos  todos juntos, apretados como la gran bola de pelos que eran, y con la madre cerca; creía  que si los dejaba así al irme, nada les pasaría. Para eso trazaba  un círculo imaginario alrededor de ellos,  la línea mágica que los protegería durante mi ausencia. Aunque por entonces  probablemente yo desconocía el significado de la palabra, se trataba de una cábala, o una especie de conjuro de protección para los gatitos, pero sobre todo, creo, era un reaseguro de tranquilidad para mí, ya que  si alguna vez, en la noche, pensaba en ellos, recordaría que había hecho lo que debía y ellos estarían a salvo. Por eso, aquella tarde, la ausencia de uno de los gatitos desbarataba mi mundo.
— ¿Lo ves? —preguntaba ansiosa. Hacía ya un buen rato que el gato no maullaba. Tus respuestas –los no-  resonaban entre las márgenes del arroyo como resonaban  los crujidos de las ramas y yo estaba cada vez más angustiada. Vos ibas por la izquierda del cauce, -la menos profunda, pero de borde más elevado- y a mí  me resultaba imposible verte por la vegetación; por eso sólo escuché dos suaves chapuzones, como si hubiesen caído dos piedras en la profundidad, y a continuación tus gritos.
— ¡Mi Dios! ¡¿Qué es esto?!   —sonabas alarmado. 
— ¿Qué pasa? ¿Lo viste? —pregunté convencida de algo malo que le había pasado al gato
—¡Esperá! ¡Esperá! —gritabas vos,  y yo escuchaba como si estuvieras revolviendo el agua con una rama.
—¿Qué pasó? Más de una vez lo pregunté mientras corría hacia el muelle y vos regresabas chapoteando rápidamente por el lecho arenoso. Traías esa expresión entre risueña y azorada que con los años te volví a ver en especiales ocasiones.
— ¡No te imaginás lo que vi! ¡Acá pasa algo raro! —.Te reías.
— ¿Qué? ¿Qué había? —repetí yo.
— ¡Dos cocodrilos chiquitos! —tus manos grandes separadas unos veinte centímetros— ¡Así de largos!
— ¡Ja! ¡Estás loco!  Solté la risa.
— ¡Te lo juro! —te pusiste serio y me miraste fijamente— ¡Por lo que más quieras!
— ¿Me estás haciendo un chiste, no? ¿Cómo va a haber cocodrilos acá? ¡Andá a saber qué viste…!
— ¡Eran cocodrilos! ¡Creéme!
— ¿De ese tamaño?
—Deben ser crías…, o podría tratarse de una especie desconocida…
—¿Y adónde estaban? ¿Qué hacían?
—En la arena, sobre esta orilla.  Cuando me vieron –deben haberme visto- se lanzaron al agua y desaparecieron. Rapidísimos ¿No oíste el ruido? —resultaban tan convincentes tus palabras.
—¿No serían lagartijas? —yo me resistía.
— ¿Desde cuando las lagartijas tienen la boca alargada  como una espátula y con muchos dientes afilados? ¿Alguna vez viste lagartijas así? ¿Con un enorme ojo amarillo en cada lado? —me increpabas como enojado—. Además, las lagartijas son verdes y éstos eran moteados: la panza blanca y el dorso oscuro y moteado hasta la cola. Una cola gruesa, no delgada como un piolín.
No supe qué decir, pero entre creer y no creer que hubiera  cocodrilos al sur de la provincia de Buenos Aires –y en la quinta y en un arroyito como el Napostá-, me dio por preguntar ciertamente compungida:
—¿Vos creés que se comieron al gatito? Yo todavía no había cumplido doce, y si bien hacía rato me tratabas como adulta, mi pregunta debió poner las cosas en perspectiva, porque se te enterneció la cara y me abrazaste.
—¡Ah, no! ¡Eso no es posible! —hablabas con seguridad— ¡Son demasiado chiquitos para comerse un gato!  Al menos por ahora…
Supongo que la firmeza de tus palabras debió tranquilarme, y entonces seguí interrogándote acerca de los nuevos habitantes  del arroyo.
¿Los viste caminar?  ¿Eran rápidos? ¿Y los ojos? ¿De dónde habrán salido? ¿Habría una madre grande dando vueltas por allí? ¿Cómo habría llegado? ¿El quintero Nicolás habrá visto algo? ¿Nunca te dijo nada? ¿Le habrá comido alguna oveja a Federico?
Algunas  preguntas, a tu modo, las respondiste  mientras guardábamos las herramientas y cerrábamos la casa;  otras, durante el viaje de regreso.  Porque cuando el sol ya se había puesto y con la última luz  nos subíamos al jeep, vimos  a la gata  trepar al olmo  hasta la bifurcación del tronco y  llamar al gatito.  Él respondió desde  una de las ramas más altas, donde aún llegaba el reflejo rojizo del atardecer, y comenzó a descender. 






  

11 comentarios:

  1. Para el caso, las crías de cocodrilo son tan fantásticas como dos centauros. La minuciosa descripción del elemento fantástico resulta muy acertada puesto que lo vuelve real (o esta ha sido mi reacción como lectora) La no resolución del conflicto con lo real cuando lo real sí halla solución, la edad de la protagonista (ni niña ni señorita), el desconocimiento acerca de la relación que une a los personajes, hacen de este cuento una narración extraordinaria.

    Un beso grande Moni.

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  2. Consigues introducirnos en la narración de tal manera que esos cocodrilos son absolutamente reales. Creo que en algún sitio me hablaron de la suspensión de la incredulidad y este es un ejemplo perfecto, creas un mundo que envuelve al lector de tal manera que todo es posible. Me encantaron las referencias concretas a la hacienda y su paisaje, que colaboran en que el relato sea tan convincente.
    Precioso, Mónica.

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  3. Gracias, amiga, no imaginé que el cuento te inspiraría tan sesudo análisis. Me alegran sobremanera tus palabras, y que como lectora, la historia te haya parecido verosímil. Con eso ya estoy satisfecha.
    Un fuerte abrazo.

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  4. Uy, Elisa, estaba contestando a Patricia y se ha interpuesto mi respuesta a tu comentario.
    Va lo mismo para vos, muchísimas gracias por tu apreciación. Es difícil crear lo que decís está logrado en la historia -al menos a mí me ha costado bastante que sonara así-, por eso tus palabras me llenan de satisfacción.
    Un beso enorme.

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  5. Manejas los diálogos de maravilla, Mónica. Y la ternura de la protagonista para con el gatito es conmovedora. Conmovedora, en verdad, toda la historia.

    Besos tiernos.

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  6. Sabes poner la realidad en un mundo fantastico

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  7. Lola, me gustan los diálogos. Escribo los parlamentos y luego procedo a leerlos en voz alta. Ahí resaltan los fallos y empiezo a 'pelarlos' para que suenen ágiles y creíbles. En lo coloquial, uno dice más palabras de las que debería, pero no se nota tanto como si lo pones por escrito.
    Me alegra que te haya conmovido la historia.
    Un fuerte abrazo.

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  8. Ale, gracias por tus palabras. Intento que mi ficción sea lo más realista posible y sobre todo que resulte verosímil.
    Abrazos fuertes.

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  9. Excelente cuento, Mónica. Los diálogos están muy bien construidos y fluyen naturalmente, lo que puede parecer pero no es nada sencillo lograr.
    A propósito de los diálogos: ¡cuidado con el uso de la raya!

    Saludos.

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  10. Gracias, Gabriel. No quisieras verme cuando escribo diálogos: tengo unas charlas conmigo misma, que parezco alienada, jeje.
    Revisaré el uso de la raya, aunque si quisieras marcarme lo que viste, me ahorrarías la búsqueda. Es un cuento reciente y quedará descansando un tiempo para ver qué cambios necesita.

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  11. wow es la istoria mas bacan que e visto

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