domingo, 4 de diciembre de 2011

El orgullo herido


       

     Al anochecer las luces del hall se habían encendido y, desde la calle, el hotel fulguraba. A mis espaldas, el conserje atendía el teléfono. En los sillones de la vereda, uno de los huéspedes hojeaba una revista. Nadie estuvo atento como para hacer una seña o dar el grito de advertencia. Así, del auto estacionado en la puerta, el tipo extrajo una valija y una percha con un traje enfundado y se dirigió raudo hacia los escalones entre las columnas. Debió de pensar que entraba a un templete griego. Una no puede ser más impotente en estos casos, solo se prepara para el impacto. El estruendo conmocionó a todos. Temblé de arriba abajo, mas hice el esfuerzo para no desmoronarme. Él, la cara deformada por el golpe y la sorpresa, soltó lo que llevaba y quedó delante de mí, aturdido, hasta que el conserje disimulando la risa fue a socorrerlo. 
      
     Yo estoy resentida en cuerpo y espíritu. Acepto que el hombre sea miope o distraído, pero no puedo dejar de pensar en que soy demasiado simple. No me ven, no me consideran. De vez en cuando, un elogio por cómo brillo, aunque las loas las recibe el muchacho de la limpieza. Ahora, hasta mañana, ostentaré la estampa de esa cara grasosa. Otra afrenta, vean.


Imagen tomada de la red

8 comentarios:

  1. Muy duro eso de ser invisible y estatua.

    Me gustó. Siempre me gusta lo que escribes.

    Par de besos.

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  2. ¡Dioooos.... la de puertas que me habré llevado en la cara! Muy bueno Mónica!
    Besos,

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  3. Genial, original, buenísimo!!! Ni por asomo me imaginé a la narradora! :)

    J&R

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  4. Muy buena conjunción de relato e imágen. Me hizo sonreir pensando que eso a mis vidrios no les va a pasar nunca. Un abrazo.

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  5. Ah, qué gusto saber que eres la autora de tan buena mini.

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  6. Como no me deja publicar en el relato de más arriba, lo hago aquí.
    Me encantó esta historia por lo bien trabada que está. Cómo a través de un sombrero acaban reencontrándose dos compatriotas y uniendo sus vidas en el tramo final.
    Enhorabuena Mónica.

    Puñado de besos.

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  7. Normalmente, cuando veo los vidrios de un local marcados con la frente y nariz de las víctimas, no puedo disimular una sonrisa maliciosa...
    Muy buen relato.
    Saludos.
    Arturo.

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