No sé por qué me puse a cortarle la carne a la gata. No lo había pensado antes, pero por ahí fue a propósito; o, quizá, porque como tenía el cuchillo en la mano, ella se había puesto a maullar y no me dejaba caminar. Alcira llegó justo cuando le daba a probar unos pedacitos. Me dio bronca que entrara sin llamar, aunque la vieja no tenía la culpa -Ernesto siempre deja la puerta abierta-.
— ¿Qué te pasó en la frente? —preguntó.
—Nada.
—Nada —repitió ella—. Algún día no contás más el cuento vos.
—Perdé cuidado —le dije, y volví a cortar. Todavía me temblaba un poco la mano y sentí que me tajaba un dedo. Justo en la coyuntura del pulgar. La misma sensación que cuando corté un tendón en la carne, sólo que me agarró como una electricidad fría. Pero no me sangró enseguida, debe haber sido porque tenía las manos heladas.
— ¿Comiste?
—Temprano— le mentí. Y le tiré a la gata más tiritas de carne.
—Así me gusta —movió la cabeza—. Pensá que ahora tenés que comer por dos.
Me empezó a sangrar el tajo. La sangre corrió por los pliegues del nudillo y manchó la carne. Yo siempre le corto finito a la gata para que coma rápido y se vaya porque Ernesto la saca a patadas cuando la ve adentro, pero entonces se los tiré como estaban, medio grandes, mezclados con mi sangre y todo.
— ¿Le encontraste la cría ya? —preguntó, mirando a la gata que lamía los últimos pedazos antes de masticarlos.
—Todavía no.
—Apuráte, si esperás más no te vas a animar a ahogarlos —aconsejó.
—No importa...
—Ja. No importa…, sí, tenés razón… Decile al Ernesto, a ver qué pasa —se burló—. Sabés… estás rara hoy… ¿Será la preñez, che?
La gata se había devorado todo y olisqueaba el aire.
—¿Necesitás que te traiga algo?—dijo la vieja, ya saliendo.
—Me arreglo con lo que tengo —negué con la cabeza.
Apenas se fue puse la tranca y limpié el cuchillo otra vez. El dedo me ardía por el detergente. Vi a la gata ir hacia la pieza.
— ¡Ahí adentro no! —grité, pero ya se había metido.
Cuando corrí la cortina, lamía el charco oscuro en el piso.
Este cuento resultó finalista en el concurso de la editorial Disculpe las molestias, Mexico
— ¿Qué te pasó en la frente? —preguntó.
—Nada.
—Nada —repitió ella—. Algún día no contás más el cuento vos.
—Perdé cuidado —le dije, y volví a cortar. Todavía me temblaba un poco la mano y sentí que me tajaba un dedo. Justo en la coyuntura del pulgar. La misma sensación que cuando corté un tendón en la carne, sólo que me agarró como una electricidad fría. Pero no me sangró enseguida, debe haber sido porque tenía las manos heladas.
— ¿Comiste?
—Temprano— le mentí. Y le tiré a la gata más tiritas de carne.
—Así me gusta —movió la cabeza—. Pensá que ahora tenés que comer por dos.
Me empezó a sangrar el tajo. La sangre corrió por los pliegues del nudillo y manchó la carne. Yo siempre le corto finito a la gata para que coma rápido y se vaya porque Ernesto la saca a patadas cuando la ve adentro, pero entonces se los tiré como estaban, medio grandes, mezclados con mi sangre y todo.
— ¿Le encontraste la cría ya? —preguntó, mirando a la gata que lamía los últimos pedazos antes de masticarlos.
—Todavía no.
—Apuráte, si esperás más no te vas a animar a ahogarlos —aconsejó.
—No importa...
—Ja. No importa…, sí, tenés razón… Decile al Ernesto, a ver qué pasa —se burló—. Sabés… estás rara hoy… ¿Será la preñez, che?
La gata se había devorado todo y olisqueaba el aire.
—¿Necesitás que te traiga algo?—dijo la vieja, ya saliendo.
—Me arreglo con lo que tengo —negué con la cabeza.
Apenas se fue puse la tranca y limpié el cuchillo otra vez. El dedo me ardía por el detergente. Vi a la gata ir hacia la pieza.
— ¡Ahí adentro no! —grité, pero ya se había metido.
Cuando corrí la cortina, lamía el charco oscuro en el piso.
Este cuento resultó finalista en el concurso de la editorial Disculpe las molestias, Mexico
Moni, con tu permiso este cuento me lo llevo para el taller. Da para 'charlar' todo el encuentro. Ya me las imagino opinando todas a la vez. Gracias por este excelente material.
ResponderEliminarUn beso
Lleve,lleve, nomás. Gracias a vos, por pasar.
ResponderEliminarCuando se va leyendo el relato los detalles de la conversación parecen descolgados, gratuitos casi, pero al llegar al final, como debe ser, todos los engranajes puestos sabiamente en juego hacen crak crak crak, y el texto adquiere sentido. Entendemos el golpe en la frente, el porqué ahora le corta las tiritas gruesas a la gata, el tendón en la carne... Seguramente el charco debía de ser muy oscuro.
ResponderEliminarExcelente, Mónica.
Saludos.
Ay, Mónica, aunque ya lo había leído dos veces, cada vez se me pone la carne de gallina. Qué manejo de la elipsis, qué buena creación del ambiente, qué diálogos más naturales. Es un cuento magnífico.
ResponderEliminarGabriel y Elisa:
ResponderEliminarMuchas gracias por sus palabras. Es un cuento oscuro, me alegro que les haya gustado.
Muchos saludos a los dos.
Neftalí:pasaba por aquí y me encontré con este gran cuento. Como siempre un manejo perfecto de la omision de contenidos para generar un inhabitual sabor al lector.Magnifico. Un abrazo.
ResponderEliminarNeftalí, me da mucho gusto verte por acá. Muchas gracias por tu comentario. Un abrazo
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