miércoles, 29 de junio de 2011

Otro príncipe encantado




La joven se inclina y, ante el beso inminente, el sapo cierra los ojos agradecido. No ve la lengua que se descuelga y lo levanta en el aire.


Imagen tomada de la red

domingo, 19 de junio de 2011

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Una vez más todo está listo: cruz, clavos, corona de espinas, lanza. La espera impacienta. Sólo falta el mesías.






Esta hubiera sido mi contribución al Vendaval 2011, si no me hubiese equivocado de horario.
Imagen tomada de la red.



jueves, 9 de junio de 2011

LA SALVACIÓN


Piso 4   D 2
“Esta liviandad en los huesos, el soplo que soy, la sensación de ser invisible…, deben significar algo.
¿Adónde irán las almas que se escapan antes de tiempo? Porque tengo la certeza de que vivo sin la mía,  y si quisiera salir a buscarla no sabría por  dónde comenzar. No lo haré, aunque en una circunstancia como ésta pudiera servirme tenerla a  mano.
 A mi alma la dejé ir como a los  hombres de mi vida. Todos dijeron más o menos las mismas cosas: que no supe alimentar el amor, que no me interesaba. No me interesaron particularmente  y cada uno llegado el momento:  me aburría. Tal vez  mi alma se  aburrió conmigo...”
¡¿Adónde fuiste?!...
...“Si no supe alimentar al  amor, quizás pasó lo mismo con el alma: se murió de  hambre....  Y yo que pretendo  saber  lo mismo que  Miguel, cuando su mujer regresa.  ¡Ya empezaron!  Auque hoy  no me importa,  hoy no  acepto interferencias. Tengo el  derecho a pensar  en lo que quiera.”
…¡yegua desalmada!   ¡No tenés compasión!
“Así estoy yo: desalmada como Gisela.  Pero Miguel lo dice porque  ella  lo hace sufrir. Yo nunca hice sufrir a ninguno, creo.  Al menos, no adrede.  Las cosas siempre las hice del mejor modo. Y aún tengo compasión… ¿Se puede no tener el  alma y  sentir compasión?  Pero  me compadezco sólo de los animales y no sé si eso cuenta.  ¿Quién les dará de comer…?  Me dan lástima, pero ¿hasta adónde voy a llegar?  ¿Vivir  para  los perros de la plaza…?  No puedo más…”  
 ¡Decíme quién es el tipo!  ¡Decímelo!
 ¡No hay ningún tipo!  ¡No hay ningún tipo, Miguel!  
“…Como no puede más este tipo. ¡Dios mío!  Gisela no miente. Es que vos  no hacés la pregunta correcta, Miguel.  No hay ningún ‘Adán’, no hay ningún Adán…   ¡Ciego Miguel!  ¡Tan bravo y tan ciego!  Me pregunto qué hace la otra mientras escucha los golpes y el griterío. Hoy, yo paso.  Como me dijiste tantas veces: soy  “una vieja de mierda que tiene que ocuparse de sus cosas.” Y en eso estoy, Miguel, sólo que los gritos de ustedes me distraen.
Espero que el gatillo no falle.  Al menos ahora  debo hacer menos fuerza. ¡La cara que puso el  pibe de la armería cuando se la desarmé en la cara!  Ni se le cruzó por la cabeza que una vieja como yo supiera.
— ¿Usted cazaba?
—No, yo hacía otra cosa… —dije, y lo dejé con la intriga.
Aunque, en cierto modo, cacé bichos de dos patas. ¡Pucha que fueron muchos! La campeona podía elegir. La campeona tenía fuerza y fuego  para tirar para arriba en aquella época. Al que se le ponía a tiro, lo tumbaba. 
Es verdad, conmigo, los bichos siempre estuvieron a salvo…
Pero ya no me interesa salvar a nadie. Ni siquiera a los de al lado que van a terminar mal.  Tampoco me animaría a decírtelo, Miguel. Por miedo, igual que ellas.
Ante la duda, ahora, perdonan a los suicidas, pero en mi caso ¿qué van a salvar si no tengo el alma?  ¡Que se arreglen!  El reborde del caño me molesta. No puedo abrir tanto la boca.  Mejor me saco la dentadura”.

Piso 4    D 3
El escopetazo retumbó  como si alguien hubiese disparado  en la habitación.  Por el sobresalto, a Miguel se le escapó  de entre  las manos el cuello de Gisela;  a ella  el aire le entró solito y  la hizo toser. 
¡Gisela!  ¿Qué pasó? ¡Abrí! ¡Soy Eva, abríme!
 Gisela  alcanzó la puerta.  Miguel empezó a llorar.


Imagen tomada de la red

miércoles, 1 de junio de 2011

Perfecto




Una vez, él  preguntó muy serio de qué color sería la soledad por las noches.  
—Depende del color de la noche  —dijo ella, divertida—. La soledad no es la misma en las noches blancas que en las noches negras. Se rieron. La vida apenas los rozaba.

Inmediatamente después que pasó lo que pasó, a ella se le durmió la memoria. Atónita, como si abriera telones a cada paso, recorría la sala entre palabras de pésame. Al trancazo de la puerta, volteaba buscándolo entre la niebla de sus ojos.
Con el paso de los días, el recuerdo feroz se le cosió a las tripas. Llegaron el ahogo, los gritos.

Ahora, hay veladuras. De repente, la casa está limpia, la comida fría en el plato. Por las noches su memoria tiene insomnio. El techo del cuarto proyecta la misma película.  Los protagonistas: ellos dos jugando a lo siniestro. El mismo desenlace.  El médano recortado por la luz, la antigua casa en llamas al otro lado, humo gris en el cielo estrellado. Cada vez, una espada la traspasa. Si tan sólo hubiera cometido un mínimo error. La soledad es incandescente. No habrá más noches blancas.



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